lunes, 12 de noviembre de 2012

El Premio Nobel


Rosa María Pérez Rivas


Cuando me enteré que Mario Vargas Llosa había sido merecedor del Premio Nobel de Literatura 2010, imaginé cómo al día siguiente los stands de librerías y bibliotecas de la Ciudad y de otros países del mundo estarían ocupados con sus libros.
Los medios de comunicación impresos, digitales y audiovisuales incluirían a Vargas Llosa en sus secciones; amigos, periodistas, escritores conocedores e incluso desconocedores de él y de su obra, ocuparían parte de su tiempo en escribir opiniones sobre sus virtudes, sus libros, y todo lo referente a la vida y obra del autor.
He leído algunos ensayos de Vargas Llosa publicados en su columna de opinión Piedra de Toque. En ellos he podido descubrir cómo a partir de situaciones cotidianas este escritor nos devela la sociedad imperfecta que somos, las desigualdades que se anteponen al cumplimiento de los derechos humanos, la guerra de ambiciones y la necesidad de algunos por satisfacer un interés particular lesionando los intereses de quienes lo rodean.
Puedo recordar su ira e indignación plasmada en la columna Lula y los Castro, publicada en marzo de este año. Con la seguridad que le daba a cada palabra, Vargas Llosa criticaba el cinismo del presidente Lula Da Silva y de Fidel Castro cuando posaban felices y abrazados para una fotografía, mientras que Orlando Zapata Tamayo, opositor y pacifista, sometido por el régimen cubano a 35 años de prisión, fallecía tras 85 días de huelga de hambre.
O la historia de Owen, el hipopótamo huérfano, que tras la pérdida de su madre escogió a una tortuga que la sustituyera y, a partir del momento y de manera inseparable, comían y dormían juntos. A través de la conmovedora historia Vargas Llosa nos demuestra cómo estos dos animales, pertenecientes a especies distintas, lograron lo que no han podido los humanos: vivir y convivir respetando sus diferencias.
Esta labor que ha forjado con su columna de opinión trasciende la crítica. Es la expresión libre de un hombre independiente de cualquier poder público, que abre un camino a toda tentativa de reflexión, que no sólo cuestiona, sino que escudriña en lo más íntimo del hombre, exaltando su parte más bella y también la más monstruosa.
No hay duda en las palabras pronunciadas por Peter Englund, secretario de la Academia Sueca, cuando desde la sede académica dijo: “el Premio Nobel ha sido otorgado al escritor peruano Mario Vargas Llosa por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo”.
Sus ensayos, más que un punto de vista político, cultural, exagerado, crítico, optimista y pesimista son –como sugirió alguna vez Kafka que debía cumplirse al leer un libro- “como un pico de hielo que rompe el mar que tenemos dentro”.
No esperemos que sea un premio o un reconocimiento lo que nos impulse a indagar en las obras de ciertos autores. En acuerdo o desacuerdo con los escritos del nobel, hay que considerarlo un gran merecedor del premio. Y vale la pena acercarnos a sus posturas.

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