Cuando me enteré que Mario Vargas Llosa
había sido merecedor del Premio Nobel de Literatura 2010, imaginé cómo al día
siguiente los stands de librerías y bibliotecas de la Ciudad y de otros países
del mundo estarían ocupados con sus libros.
Los medios de comunicación impresos,
digitales y audiovisuales incluirían a Vargas Llosa en sus secciones; amigos,
periodistas, escritores conocedores e incluso desconocedores de él y de su
obra, ocuparían parte de su tiempo en escribir opiniones sobre sus virtudes,
sus libros, y todo lo referente a la vida y obra del autor.
He leído algunos ensayos de Vargas Llosa
publicados en su columna de opinión Piedra de Toque. En ellos he podido
descubrir cómo a partir de situaciones cotidianas este escritor nos devela la sociedad
imperfecta que somos, las desigualdades que se anteponen al cumplimiento de los
derechos humanos, la guerra de ambiciones y la necesidad de algunos por
satisfacer un interés particular lesionando los intereses de quienes lo rodean.
Puedo recordar su ira e indignación
plasmada en la columna Lula y los Castro, publicada en marzo de este
año. Con la seguridad que le daba a cada palabra, Vargas Llosa criticaba el
cinismo del presidente Lula Da Silva y de Fidel Castro cuando posaban felices y
abrazados para una fotografía, mientras que Orlando Zapata Tamayo, opositor y
pacifista, sometido por el régimen cubano a 35 años de prisión, fallecía tras
85 días de huelga de hambre.
O la historia de Owen, el hipopótamo
huérfano, que tras la pérdida de su madre escogió a una tortuga que la
sustituyera y, a partir del momento y de manera inseparable, comían y dormían
juntos. A través de la conmovedora historia Vargas Llosa nos demuestra cómo
estos dos animales, pertenecientes a especies distintas, lograron lo que no han
podido los humanos: vivir y convivir respetando sus diferencias.
Esta labor que ha forjado con su columna
de opinión trasciende la crítica. Es la expresión libre de un hombre
independiente de cualquier poder público, que abre un camino a toda tentativa
de reflexión, que no sólo cuestiona, sino que escudriña en lo más íntimo del
hombre, exaltando su parte más bella y también la más monstruosa.
No hay duda en las palabras pronunciadas
por Peter Englund, secretario de la Academia Sueca, cuando desde la sede
académica dijo: “el Premio Nobel ha sido otorgado al escritor peruano Mario
Vargas Llosa por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes de
la resistencia, rebelión y derrota del individuo”.
Sus ensayos, más que un punto de vista
político, cultural, exagerado, crítico, optimista y pesimista son –como sugirió
alguna vez Kafka que debía cumplirse al leer un libro- “como un pico de hielo
que rompe el mar que tenemos dentro”.
No esperemos que sea un premio o un reconocimiento lo
que nos impulse a indagar en las obras de ciertos autores. En acuerdo o
desacuerdo con los escritos del nobel, hay que considerarlo un gran merecedor
del premio. Y vale la pena acercarnos a sus posturas.
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